El encendido y la llama

Glosa libre de un texto de C. S. Lewis

Estar enamorado es como caminar por un campo de trigo en llamas al atardecer, con los pies descalzos y el corazón desnudo. Todo en ti arde y canta. Te parece que el mundo acaba de ser creado para ti y para la otra persona, y que cada hoja, cada brizna de hierba, cada nube con su ribete de oro, ha sido pintada por el dedo de Dios en un impulso de alegría. En ese estado glorioso, porque lo es, los hombres se vuelven valientes, generosos, casi transparentes. Ven el rostro de la amada y, en él, el reflejo del mundo entero, más limpio, más puro, más bello. La carne se serena, el instinto se arrodilla, y el alma, mariposa tímida, se atreve a volar un poco más alto.

Es, en verdad, una conquista. Pero no la última ni la mejor.

Porque el error está en quedarse allí, en construir una catedral sobre el rayo. ¿Cómo fundar una casa sobre una chispa? La emoción, por naturaleza, tiembla, relumbra y desaparece. Los sentimientos son fuegos fatuos. Aparecen al anochecer, danzan sobre el humedal del espíritu, y se disuelven con el rocío del día siguiente, aunque no por eso dejan de ser hermosos. Pero no basta con que algo sea hermoso para que sea duradero. Todo lo contrario en este caso.

Los principios, los hábitos y los conocimientos, en cambio, tienen pies y siempre caminan contigo. Los hábitos, como perros fieles, te siguen aunque llueva o truene, los conocimientos crecen lentos y seguros, como el árbol viejo. El amor verdadero, el que queda después del incendio inicial, no es ese que te quita el sueño, sino el que lo respeta, ni el que acelera el corazón, sino el que lo acompasa. El amor verdadero es un rescoldo que dura siempre porque ya no es un sentimiento que brota cuando menos lo esperas. Es unidad deliberada, voluntad renovada cada mañana como quien enciende una lámpara. No depende ya de la simpatía del momento, ni del perfume del cuello, ni del fulgor de una risa. Es mucho más grave, más hondo y más humano.

¿Y qué si ya no estamos enamorados? ¿Acaso el árbol se lamenta cuando termina la primavera y le brota el fruto?

El amor, el otro amor, el que no arde, sino que alumbra, se parece más a una casa que a un relámpago, porque tiene cimientos sólidos, paredes que se reparan con el tiempo y techos que resisten las tormentas. Es ese amor el que guarda la promesa que el enamoramiento hizo temblorosamente al comienzo, el que sostiene el matrimonio como la leña sostiene la llama. Estar enamorados fue la chispa; este amor es el fuego que calienta el hogar.

Muchos, al oír esto, dirán que no sé de qué hablo y puede que tengan razón. Pero es mejor que antes de decirlo, antes de despacharse con esa supuesta certeza, se detengan un momento, miren con calma y verdad y no juzguen por lo que han leído en novelas y visto en infinidad de películas, donde los besos duran páginas enteras y las escenas de cama no faltan nunca. No confíen en las películas y novelas que terminan justo cuando comienza la vida. En lugar de eso, miren a sus amigos y mírense a si mismo antes de dejarse llevar por ese encubrimiento de la realidad.

Las novelas y películas nos han mentido y nos siguen mintiendo. No es posible vivir en perpetuo éxtasis cincuenta años después de la unión, como si fuera el primer día. Ni un año es posible. Nadie puede soportar eso ¿Qué sería de nuestra comida, nuestro descanso, nuestras tareas sencillas? Nadie puede vivir en llamas cinco años sin volverse ceniza.

Pero cuando la llama se apacigua, y se hace brasero, uno puede cocinar sobre ella, reunir a los hijos, leer un libro en su luz, entonces aquel incendio se vuelve útil, firme y verdadero.

Lo mismo pasa con todas o casi todas las pasiones. Quien se apasiona por aprender a nadar no podrá mantener ese apasionamiento una vez que haya aprendido, pero descubrirá gracias a eso otras satisfacciones que no esperaba. Perderá el estremecimiento inicial, pero ganará algo más valioso. Es como aquel que vio por primera vez un valle florido y quiso quedarse a vivir allí, creyendo que ése era el sentido y finalidad de su vida, para descubrir al poco que ya no se le acelera el pulso por las flores, pero ha aprendido a podarlas, cuidarlas y ver cómo regresan cada año.

Sólo los que aceptan esa pérdida de la emoción inicial, los que se entregan a esa sobria ternura del día a día, esos son los que hallarán, sin buscarla, otra clase de alegría más secreta y más fértil.

La chispa te trajo aquí. El fuego lento te hará quedarte.

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