Una multitud de partículas conforman el árbol. Cuando llegue la hora de que se dispersen habrá desaparecido el árbol, no ellas, que han sido partes importantes suyas, la materia configurada o animada que fue. Ellas seguirán existiendo como si nada hubiera ocurrido. ¿Qué habrá desaparecido? Nada, diría el viejo Demócrito. Se ha volatilizado una apariencia de ser, una composición casual de átomos materiales, pero el ser auténtico, que no es más que el de éstos, dura siempre y es indestructible. Todo seguirá, pues, igual; el único cambio habrá sido que las partículas indivisibles que antes estaban dispuestas de cierta manera porque el azar las había conformado así, ahora ya no lo están. La materia sigue existiendo y evolucionando al modo de esos diminutos corpúsculos que se ven flotar en el rayo de luz que entra por la ventana. Son sus agrupaciones cambiantes aquí y allá, además de poco duraderas lo que cambia, pero el ser de los átomos es eterno e inmutable.
Hoy resulta casi imposible pensar que la realidad material no está compuesta de esas infinitesimales partículas materiales, como pensó Demócrito, pese a que la visión de un universo compuesto de partículas se ha modificado por la mecánica cuántica y la física relativista. Cada una es un paquete de energía. Una fórmula expresa la esencia profunda de la materia: E=mc2. Una cosa material (¡todas las cosas naturales son materiales!) es una aglomeración inaudita de energía. Tal vez medio kilo de cualquier materia sería más que suficiente para proveer a una ciudad como Madrid de electricidad durante un año entero. Pero a los efectos de lo que quiero decir eso es indiferente.
Seguimos sin entender cómo se forma la materia viva. Tampoco sabemos cómo brota de ésta la materia consciente (¡materia capaz de conocer y expresar lo que es la materia!) Ignoramos también cómo de la confluencia de muchas mentes individuales se forma la cultura. Todo tiene a la materia, sea lo que sea lo que haya de entender por materia el hombre de ciencia, como sustrato. Este es el camino que he querido señalar, teniendo en cuenta tan sólo que la materia es un cúmulo de posibilidades.
Parece seguro que en este mundo hay lugares en que un cierto número de unidades materiales componen una unidad compleja que llamamos vida. En otros componen aún una unidad todavía más compleja, que llamamos vida consciente. En otros hay cultura. Estos cuatro niveles de realidad obligan a cambiar la idea misma de lo que es la realidad. Obligan a concebir de un modo especial la existencia.
Pensar que existir es lo mismo para todas las cosas pertenecientes a estos grados de ser es un error. Decimos que existe la piedra, existe el árbol, existe el animal, existe el hombre y existe Dios, pero en cada uno de estos enunciados es distinto el significado del existir. Quiero decir que no es lo mismo existir como piedra, como árbol, como animal o como Dios. Cuando el niño abre el reloj y separa las piezas, deja de haber reloj, aunque las piezas sigan estando sobre la mesa. Cuando un hombre muere, su cuerpo, ahora inanimado, vuelve al polvo y en motas de polvo se resuelve. Las piezas siguen estando en el espacio, pero el hombre no existe ya. Deja el mundo real cuando los ciclos naturales cumplen con su tarea de descomposición de su organismo, de disolución de la unidad de ser vivo consciente. Luego el hombre es propiamente esa unidad que se ha difuminado cuando la vida abandona su cuerpo y éste se disuelve en motas de polvo. Existir es para él vivir siendo este hombre, mantener la unidad propia de este ser vivo consciente, que la Escuela llamaba alma racional o intelectiva. Ser hombre es existir y existir es ser hombre.
Algunas doctrinas filosóficas niegan toda forma de vida al vegetal, al animal y al hombre. Cabanis (1757 – 1808), por ejemplo, se preguntaba si siente dolor un individuo cuando es guillotinado. Gómez Pereira (1510 – 1558) defiende en su Antoniana margarita, la tesis del automatismo de las bestias. Pereira trató de probar que éstos no se mueven a impulsos del dolor o del placer, pues no los sienten en absoluto, y que no son más que máquinas muy complicadas que se activan por causas externas. Al contrario que el materialista Cabanis, Pereira profesaba un espiritualismo extremado que le llevaba a argumentar que si los animales tienen alma sensible deben tenerla también racional, porque esta procede a fin de cuentas de aquella, pero el alma racional es exclusiva de los seres espirituales. Otros, como el jesuita Tongiorgi (1820 – 1865), han pensado que sólo carecen de vida los vegetales, que son meros agregados de fuerzas físico-químicas.