He venido a ti, Cercedilla, desde el Campo de Criptana y desde Almagro, desde Cuenca y desde Toledo, y desde las playas de Levante, donde los niños enarcan el entrecejo porque la luz reverbera y donde Sorolla los pintó sobre el fondo de la olas, junto a mujeres y pescadores, allí donde los rayos del sol y el agua del mar definen los colores. Te saludo, Cercedilla, en la confianza de que aprenderé a mirarte con los ojos del pintor, a ver tus árboles, tus flores, los aspectos cambiantes del cielo, los caminos en el monte, los grillos y los miles de sonidos naturales, a hablar con los parroquianos de cosas intrascendentes. A vivir, en fin, mis horas y mis días en tus parajes. Acógeme en ellos.