La poda, un noble arte que combina delicadeza, firmeza y sabiduría, ha comenzado en los jardines de Cercedilla, tal como refleja el patrón elegíaco de este bello poema que captura la esencia más íntima de esta labor. Esta práctica de jardinería, lejos de causar daño a las plantas, permite dar nueva vida, fomentar el crecimiento saludable y dar forma a su follaje.
Esta actividad requiere de tijeras firmes y un pulso tranquilo y seguro. Siguiendo el ritmo de la naturaleza y el viento, los jardineros cortan ramas y brotes enfermos o dañados para alentar un nuevo crecimiento. De este modo, la rama que antes estaba perdida en el suelo, reproduce desde su caída otra vida, marcando así el ciclo de la vida y la renovación.
Las tareas de poda, sin embargo, van más allá de simplemente cortar o quitar ramas. Requieren atención, cuidado y un análisis detenido de cada árbol o planta. Como menciona el poema, «El árbol susurra: «Cuida de mí, mi forma depende de lo que ves aquí. Corta con juicio, corta con amor, y daré frutos, sombra y color».
El prácticum no se limita a los árboles. Plantas diversas como el rosal espinoso, cuyo apogeo depende de un cuidado atento, y el seto rebelde, que agradece las tareas de poda con armonía renovada, son también partícipes de esta labor.
La tarea de la poda tiene una gran enseñanza para la vida: eliminar lo que pesa más de la cuenta o lo que afecta nuestro crecimiento, para poder desenvolverse plenamente. Es una lección sobre la importancia de fomentar lo saludable, lo robusto y lo genuino, características que, al igual que en las plantas, nos permiten crecer y perdurar.
A través de este noble arte, se invita a quien esté dispuesto a aprender a ser jardineros no solo de las plantas, sino también del mundo, a hacer de cada corte un gesto de amor, promoviendo así un mundo más sano y armónico. La poda, por tanto, se presenta como un arte sutil y delicado que, en su ejecución cuidadosa y reflexiva, encierra verdaderas lecciones de vida.
vía: Ayuntamiento de Cercedilla.
