El despertar del espíritu humano

Hay momentos en la historia de los hombres en que la existencia, como si despertase de un largo sueño, abre los ojos y se interroga a sí misma, momentos en que las civilizaciones, hasta entonces sumidas en la repetición de las costumbres y las tradiciones, comienzan a preguntarse por el fundamento de la existencia, por la justicia, por el bien, por la verdad, por la muerte y por el sentido último de las cosas.

A este giro decisivo en la historia espiritual de la humanidad —ocurrido aproximadamente entre los siglos VIII y II antes de Cristo— Karl Jaspers llamó “era axial” (Achsenzeit). En esa época, sin mediación ni contacto entre sí, los pueblos de China, India, Persia, Palestina y Grecia vivieron simultáneamente una transformación radical: el nacimiento del hombre que despierta a la conciencia de sí, de su origen y destino y del origen y destino del mundo.

Este tiempo-eje, según Jaspers constituye “el corte más profundo de la historia”, pues marca el verdadero inicio de la historia humana en sentido estricto: no ya como mera acumulación de hechos, sino como autoconciencia, como posibilidad de transmisión espiritual y de apertura a la trascendencia.

El fenómeno axial no es una evolución lenta y continua, sino un estallido plural y simultáneo de experiencias espirituales que, pese a su diversidad, comparten la misma radicalidad interrogativa:

  • En China, Confucio y Lao-tsé, junto a otros sabios, fundan las bases de la filosofía moral y metafísica del pensamiento chino.
  • En India, los Upanishads, Buda y las escuelas filosóficas exploran las sendas del conocimiento interior, de la renuncia y de la liberación espiritual.
  • En Persia, Zaratustra proclama la visión dramática de un mundo escindido entre las fuerzas del bien y del mal, donde la existencia es combate y decisión.
  • En Palestina, los profetas —Elías, Isaías, Jeremías, Deuteroisaías— denuncian la idolatría y claman por la justicia, revelando un Dios personal y ético.
  • En Grecia, los filósofos presocráticos, Sócrates, Platón, junto a los trágicos y los historiadores, inauguran la racionalidad crítica y la reflexión política.

Jaspers subraya que esta coincidencia no es resultado de influencias culturales, sino de un despertar espiritual independiente en cada civilización, un fenómeno de simultaneidad sin transmisión empírica.

Entre las tentativas de explicación, el autor recoge la hipótesis de Alfred Weber, quien atribuye a las invasiones de los pueblos jinetes del Asia central —los indoeuropeos y los pueblos de la estepa— un papel relevante. Estos pueblos, por el uso del caballo y la experiencia de la amplitud del mundo, habrían adquirido una conciencia trágico-heroica, marcada por el riesgo, la catástrofe y la libertad del movimiento.

No obstante, se distancia de las meras explicaciones sociológicas. Lo que distingue al tiempo-eje es, ante todo, una irrupción del espíritu, un giro hacia la pregunta radical. Allí donde las grandes civilizaciones hidráulicas (Egipto, Mesopotamia, la India prearia, la China arcaica) habían alcanzado formas refinadas de organización política y técnica sin poner en cuestión sus presupuestos últimos, el tiempo-eje introduce el cuestionamiento, la duda, la inquietud por el ser y el deber-ser.

El hombre que emerge de esa era axial es un hombre nuevo, no por su biología, sino por su espíritu. Es aquel que, sabiendo que es finito, no renuncia a la pregunta por la eternidad; aquel que, enfrentado a la muerte, no se resigna a su animalidad, sino que la convierte en materia de su religión, su arte, su filosofía, etc.

Dice Jaspers que “antes del tiempo-eje, la historia humana era prehistoria en el sentido espiritual”, porque los pueblos vivían sin conciencia reflexiva del pasado ni proyección ética hacia el porvenir. Con el tiempo-eje, la humanidad inaugura la historia como conciencia de sí, como educación y como sistema transmisible de ideas y convicciones. En ese momento surgen la filosofía, la ética universal, el monoteísmo, el escepticismo, la crítica racional, la profecía y la autocrítica. En otras palabras, nace el hombre capaz de decir no, de resistirse a la tradición y abrir nuevos caminos.

Una de las ideas más fecundas de Jaspers es que esta transformación espiritual, aunque plural en sus respuestas —el camino de Buda, de Sócrates, de Zaratustra, de los profetas—, constituye un mismo movimiento de fondo: el despertar de la pregunta por el sentido. No hay aquí una única verdad revelada, sino una polifonía de caminos, cada uno legítimo en su búsqueda. Esta pluralidad es, precisamente, lo que protege contra el exclusivismo, el fanatismo y la idolatría de la propia tradición.

Jaspers advierte, por ello, contra la tentación de considerar la historia cristiana como el único eje de la humanidad. La experiencia axial es más amplia y más honda que cualquier confesionalismo: es la manifestación de una inquietud que pertenece al hombre como tal, no a una cultura particular.

No han faltado voces críticas que acusen a Jaspers de esquematismo, de eurocentrismo, de minimizar otras culturas como las precolombinas. El filósofo es consciente de estas objeciones y reconoce que, aunque admirables en muchos aspectos, aquellas culturas no produjeron la misma ruptura espiritual axial, razón por la cual sucumbieron con relativa facilidad ante la expansión del hombre axial reconfigurado en Occidente.

Jaspers incluso plantea la posibilidad de un segundo tiempo-eje durante los siglos XVI al XVIII: Renacimiento, Reforma, Ilustración, y el nacimiento de la ciencia moderna. Pero insiste en que el primer tiempo-eje sigue siendo el momento decisivo que configuró las coordenadas esenciales del pensamiento, la ética y la espiritualidad humanas.

Más que una tesis historiográfica, el concepto de tiempo-eje es, en fin, una meditación sobre la unidad espiritual de la humanidad. No una unidad biológica ni cultural, sino la unidad que nace de la común inquietud por la verdad tras las apariencias y por el sentido.

Así entendida, la era axial no es solo un capítulo del pasado, sino la posibilidad de que el hombre siga siendo hombre. La historia seguirá siendo historia mientras esa llama siga viva.

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