Un hombre piensa, siente, imagina, y como pensar, sentir e imaginar son acciones que acontecen en lo que él llama su interior, cree que proceden enteramente de ahí. Se concibe a sí mismo como el manantial de donde emanan pensamientos amores, creencias y proyectos. Cuesta convencerse de lo contrario, pero lo contrario es lo cierto. Las ideas, creencias, convicciones y, en suma, lo que se llama cosmovisión o forma de entender el mundo y las normas o guías para actuar en él, son elementos que le vienen dados, aunque forman parte de él y es imposible arrebatárselos. Es la metafísica. Todo lo que hay en su entendimiento, su voluntad, su imaginación y su memoria ha sido ya pensado, predicado y formulado en los idiomas de la Antigua Grecia, la Antigua Roma y el cristianismo, pese a que para él, enfrascado en su presente, el pretérito sea un tiempo sumergido en la oscuridad.
Al pensar y sentir sigue, pues, alguna senda abierta desde antiguo. Es una herencia introducida en su conciencia, la trama y la urdimbre de que se tejen sus sueños, sus ideas y sus esperanzas. Es un material que se ha vuelto a mostrar en idiomas nuevos, o no tan nuevos, es el espíritu de los hombres, el espíritu que engloba su fe, sus principios morales, su sensibilidad estética y moral, el sentido o sin sentido de la vida. Es su metafísica, que suele proceder de su religión o concordar con ella, formando ambas casi siempre un solo cuerpo. Una metafísica puede ser tierra fértil durante muchas generaciones, pero también a la tierra fértil le llega tarde o temprano la sequedad estéril y entonces el espíritu, que nunca muere, emigra a otras latitudes. No obstante, en circunstancias más o menos parecidas, vuelve por donde solía.
Ahora está volviendo a nuestro presente un cierto espíritu antiguo, que trae a hombros una metafísica parecida en algo y en algo distinta. Lo sucedido en el registro de los hechos tiene grandes semejanzas con la actualidad. Se puede estar de acuerdo en esto con Marx. La historia se repite, pero no en el mismo punto, pues no es un círculo. Marx, heredero de la ideología progresista de la Ilustración, dice que es una espiral ascendente, en lo cual comete error, pues se trata más bien de una espiral que a veces asciende y a veces desciende.
Repetición, retorno, renacimiento… ¿Habrá que añadir más vocablos que empiecen por la misma sílaba “re”? Además, ¿de qué y desde cuándo? Se dice que desde el Renacimiento y la Reforma de Lutero, Calvino, Zuinglio, Copérnico, Kepler, Galileo, etc. Baste decir que nuestra edad parte del punto en que se empieza a debilitar, o a morir, el espíritu que había regido Europa durante más de mil años, su metafísica, la malla de sus ideas. Algo así había sucedido antes, durante el periodo helenístico. Son muchos los que están convencidos de que hemos ascendido a otro plano de la historia desde los siglos XIV, XV o XVI. Ese convencimiento se nos transmite en los libros de historia cuando somos niños y adolescentes. Ese convencimiento parece fundado en la seguridad de que faltaba un Tercer Reino que, siguiendo el orden trinitario del abad de Fiore[1], estaba esperando a la humanidad. A la Edad Antigua y a la Edad Media le faltaba la Edad Moderna, la nuestra, para completar este eón[2]. Una civilización fenece y otra alborea. Supuesta ley del transcurso histórico. Estamos en el alba de una nueva etapa, cuando la tiniebla nocturna no se ha diluido y “la aurora de rosáceos dedos” ha puesto en el horizonte el primer destello del día. Es el mito de nuestro tiempo, el que nos sirve de orientación.
[1] El Beato Joaquín de Fiore (1135-1202), abad nacido en Calabria. Más adelante habrá ocasión de examinar sus ideas y la influencia que han ejercido en la posteridad.
[2] Téngase en cuenta que la tripartición de la historia se introdujo el siglo XV por Flavio Biondo, que nació en 1392 y falleció en 1463. Habían transcurrido ya dos de las tres edades y se estaba entrando en la tercera, la definitiva. ¿Tan evidente era para Biondo que una edad desconocida para él venía a coronar la Historia?