Me propongo exponer en qué consiste vivir, pero antes tengo que decir en qué no consiste: en no ser capaz de cambiar de estado.
Ser algo es lo mismo que cambiar. Toda existencia es devenir. Mas no toda existencia es igual. Tiene que haber diferentes modalidades del devenir y diferentes modalidades de la acción. Dos hay que, siendo tal vez las únicas que se presentan en el mundo natural, llaman poderosamente la atención del filósofo.
Una es la de aquellas cosas que se limitan a recibir sobre sí lo que otras hacen. Estas son en realidad inactivas. Algunos filósofos niegan a la materia toda actividad y es de esa convicción de la que ha brotado el principio de inercia en la física clásica. Un cuerpo, aunque se mueva indefinidamente en línea recta y a velocidad uniforme, no se mueve ni se detiene por sí mismo. No es capaz de alterar su estado, sea de movimiento, sea de reposo, dejó sentado Descartes. Que un cuerpo se mueva o esté en reposo es algo que no depende de él.
Descartes encontró muy satisfactoria esta explicación. El mismo Dios había puesto en movimiento las coas y éstas no podía contravenir su decisión. No era posible que el movimiento impreso en ellas aumentara o disminuyera, porque su cantidad total había sido fijada desde la creación del mundo, lo que eliminaba toda espontaneidad y establecía en mecanicismo más estricto para las sustancias extensas. En el universo material, un pleno extenso, las partículas se comunican su movimiento por contacto. Entre ellas no hay poderes activos de ninguna clase. La cámara de combustión de un tren antiguo quema el combustible, que genera vapor, que se transfiere a los cilindros, que impulsan los pistones, que lo convierten en movimiento lineal que es transferido por las bielas a las ruedas, etc.
Hay que convenir con Descartes en que si se supone una cosa carente del menor atisbo de conciencia, de voluntad, sensibilidad, deseo, imaginación, memoria, de toda tendencia a algo[i], se está pensando en una cosa absolutamente inactiva. Para llegar a ese ser es preciso despojarlo por el pensamiento de todo principio intelectual, sensitivo, vegetativo, además de toda capacidad para cambiar por sí mismo y de hacer que otros cambien.
De un ser así sólo puede decirse que es algo que existe y apenas se le puede atribuir otro atributo que el de la extensión. Así es como se obtiene la idea de inacción en la naturaleza.
[i] V. Balmes, J., Filosofía fundamental, IV, Imprenta de A. Brusi, Barcelona, 1846, pp. 298 y ss.
