En un reciente artículo titulado «Trump is planning the biggest heist in history», el economista Paul Krugman lanza una denuncia tajante: bajo la apariencia de una política pública, el expresidente Donald Trump prepara lo que podría ser la mayor estafa financiera del siglo XXI. La llamada «reserva estratégica de criptomonedas» no sería otra cosa que una maniobra de saqueo institucionalizado, diseñada para enriquecer a una nueva oligarquía cripto-financiera a costa del erario público.
El procedimiento recuerda los esquemas de fraude más clásicos del mundo bursátil: el pump-and-dump (inflar y tirar). Se infla artificialmente el valor de un activo, se atrae a los inversores ingenuos, y se realiza la venta masiva por parte de los iniciados justo antes del colapso. La novedad está en que, según Krugman, el actor inflador no es ya un consorcio financiero marginal, sino el propio Estado, capturado por intereses privados que lo convierten en un instrumento al servicio del expolio.
Lo que Krugman describe con datos y alarmas económicas, Gaetano Mosca (1858-1941) lo había formulado ya en el plano teórico hace más de un siglo. En toda sociedad, afirmaba el pensador italiano, gobierna una minoría organizada sobre una mayoría desorganizada. Esta «clase política» no sólo detenta el poder efectivo, sino que también construye la ideología que legitima su dominio.
En este caso, la retórica de la modernización digital, la descentralización financiera y la soberanía monetaria actúan como «fórmula política» que cubre el verdadero propósito: una transferencia de riqueza desde el fondo común hacia manos privilegiadas. La democracia formal se convierte así en una pantalla tras la cual opera una oligarquía cripto-financiera.
Como escribe Mosca en su obra Elementi di Scienza Politica (1896): «En toda sociedad […] siempre existirá una clase gobernante y una clase gobernada». La actualidad de esta sentencia se confirma al observar los mecanismos que Krugman denuncia.
La teoría elitista encuentra en este episodio un ejemplo paradigmático de lo que Vilfredo Pareto (1848-1923) llamaba la «circulación de las élites». Las antiguas clases dominantes (industriales, bancarias, corporativas) van siendo reemplazadas por una nueva casta: especuladores tecnológicos, magnates cripto, lobbistas digitales. La estructura del poder permanece inalterada, aunque cambien los rostros y los lenguajes.
Krugman denuncia que esta nueva élite ha logrado infiltrarse en los núcleos del poder estatal. El caso de Howard Lutnick, antiguo CEO de Cantor Fitzgerald e implicado en el entorno cripto, ahora secretario de Comercio bajo Trump, es revelador. No se trata de una conspiración marginal, sino de una verdadera captura del Estado por parte del capital especulativo. Como advertía Pareto, «toda élite tiende a cerrar el acceso a su posición mediante mecanismos de cooptación y exclusión».
Mosca insistió en que las élites dominan no solo por la fuerza, sino también por la seducción ideológica. La narrativa cripto-populista cumple esa función: promete emancipación monetaria, libertad financiera, independencia frente a las estructuras del sistema bancario. Pero bajo esa retórica se oculta una nueva concentración de poder, más difusa, más opaca y más peligrosa.
El caso Milei en Argentina y el $Libra coin, al igual que el $Trump coin, constituyen los precedentes inmediatos de una estrategia que se repite: captar la confianza del pueblo mediante simbología patriótica o libertaria, inflar el valor de un activo digital, y realizar una fuga financiera que arruina a miles de pequeños inversores.
Krugman concluye su artículo con una sentencia lapidaria: vivimos bajo un «gobierno de, por y para estafadores». El Estado, en lugar de defender al ciudadano, se convierte en brazo ejecutor de una operación de saqueo estructurado. Esta afirmación, extrema pero fundamentada, no hace sino actualizar el análisis de Mosca y Pareto: las instituciones democráticas pueden ser ocupadas por una minoría organizada que, bajo el barniz del proceso electoral, actúa como una oligarquía extractiva.
El resultado es la perversión misma del ideal republicano: el bien común deja de ser el horizonte de la acción política y se convierte en una mercancía al servicio del enriquecimiento de unos pocos.
La enseñanza final podría resumirse así: las élites del presente no necesitan coronas ni castillos, sino servidores, algoritmos y discursos de libertad tecnológica. Pero el mecanismo de fondo sigue siendo el mismo que Mosca denunció con lucidez: el dominio constante de una minoría organizada sobre una mayoría vulnerable, revestido siempre con el lenguaje del progreso, la eficiencia o la libertad.
En palabras de Pareto: «La historia es un cementerio de élites». Pero el poder, disfrazado de novedad, sigue siendo el mismo. El verdadero desafío filosófico y político consiste en desenmascarar ese poder que se oculta bajo el brillo seductor del futuro digital.
