India y Pakistán: una rivalidad geopolítica entre historia, religión y poder nuclear

La rivalidad entre India y Pakistán es una de las más complejas y prolongadas de la geopolítica contemporánea. Forjada en la violencia de la partición del Imperio británico en 1947, arraigada en la religión, el nacionalismo y la historia colonial, y agravada por el armamento nuclear y el terrorismo transfronterizo, esta disputa ha sido durante más de siete décadas una amenaza constante para la estabilidad del sur de Asia. Los recientes ataques con misiles lanzados por India el 6 de mayo de 2025, en represalia por un atentado en Cachemira, reavivan el temor de una escalada que podría tener consecuencias regionales y globales.

El final del dominio británico en la India llevó a la creación de dos Estados: India, con mayoría hindú, y Pakistán, concebido como una patria para los musulmanes del subcontinente. Esta partición, diseñada con precipitación y ejecutada de manera caótica, provocó una de las migraciones forzadas más grandes del siglo XX: más de diez millones de personas cruzaron las nuevas fronteras, y cerca de un millón murieron en enfrentamientos sectarios.

La región de Cachemira, de mayoría musulmana pero gobernada por un maharajá hindú, se convirtió de inmediato en el principal punto de fricción. Su incorporación a la India desató la Primera Guerra Indo-Pakistaní (1947-1948), seguida por conflictos armados en 1965, 1971 y 1999. A pesar de los múltiples intentos de mediación, incluidos los de la ONU, la situación no se resolvió y la línea de control (LoC) que divide la región se mantiene como una frontera de facto.

La disputa entre India y Pakistán trasciende lo estrictamente territorial. Pakistán se fundó sobre una identidad religiosa islámica que contrasta con el laicismo oficial indio (cada vez más erosionado por el auge del nacionalismo hindú). Este antagonismo simbólico se ha intensificado en las últimas décadas, sobre todo tras la llegada al poder del partido Bharatiya Janata Party (BJP) en India, que ha promovido políticas de mayor centralismo y afirmación hindú, especialmente en Cachemira, cuya autonomía fue revocada en 2019.

A nivel regional, India y Pakistán también representan polos opuestos en términos estratégicos. India ha consolidado una alianza con Estados Unidos y Japón en el marco del Indo-Pacífico, como contrapeso a China. Pakistán, por su parte, ha estrechado su relación con Pekín, que le ha convertido en pieza clave de su ambicioso proyecto de la Nueva Ruta de la Seda, en particular a través del Corredor Económico China-Pakistán (CPEC), que atraviesa territorio en disputa.

Ambos países poseen armamento nuclear desde finales del siglo XX. India realizó su primera prueba en 1974; Pakistán respondió en 1998, apenas semanas después de nuevas pruebas nucleares indias. Desde entonces, el equilibrio del terror ha contenido las guerras convencionales, pero ha empujado el conflicto hacia formas más indirectas: terrorismo, insurgencia, ciberataques y propaganda.

Este frágil equilibrio hace que cada provocación tenga el potencial de desencadenar una cadena de acciones y represalias que podría escalar fuera de control. La amenaza no reside solo en el uso deliberado de armas nucleares, sino en el riesgo de errores de cálculo, especialmente en momentos de alta tensión como el que vive actualmente la región.

El 6 de mayo de 2025, India lanzó una serie de ataques con misiles de precisión contra objetivos en la región de Cachemira administrada por Pakistán y en las provincias de Punjab. La acción, denominada «Operación Sindoor», fue presentada por Nueva Delhi como una represalia «quirúrgica y contenida» frente al atentado del 22 de abril en Pahalgam (Cachemira india), donde murieron 26 civiles, en su mayoría peregrinos hindúes. El grupo Frente de Resistencia, vinculado a la organización paquistaní Lashkar-e-Taiba, fue señalado como responsable.

Los misiles indios alcanzaron presuntos centros de adiestramiento y logística en Muzaffarabad, Kotli, Bahawalpur y Muridke. India subrayó que se evitó deliberadamente atacar instalaciones militares paquistaníes, y describió la operación como una «respuesta proporcional». Pakistán, por su parte, denunció la muerte de al menos ocho civiles y más de 35 heridos, acusando a la India de violar su soberanía y cometer un «acto de guerra».

Esta acción marca la mayor escalada militar desde el conflicto de Kargil en 1999 y ha despertado serias preocupaciones internacionales. El secretario general de la ONU, António Guterres, urgió a ambas partes a actuar con «máxima moderación», mientras que Washington y Pekín emitieron comunicados separados llamando al diálogo y recordando los riesgos de una confrontación nuclear.

La disputa entre India y Pakistán no puede entenderse en términos exclusivamente bilaterales. Es una pieza clave en el ajedrez geopolítico del sur de Asia y del Indo-Pacífico. El enfrentamiento ha sido instrumentalizado por ambos gobiernos para consolidar legitimidades internas y para definir alianzas estratégicas en el nuevo orden global.

Para India, proyectarse como potencia regional requiere estabilizar sus fronteras y reafirmar su soberanía en Cachemira. Para Pakistán, el conflicto es también una cuestión de identidad y cohesión nacional, además de una herramienta de presión internacional. Ambos Estados han utilizado el conflicto para justificar políticas internas autoritarias, desviar la atención de crisis económicas o sociales, e influir en la política exterior de potencias como China, Rusia o Estados Unidos.

India y Pakistán representan dos modelos políticos, religiosos y geoestratégicos en conflicto desde su mismo origen. La rivalidad no se limita a la región de Cachemira, sino que expresa un trauma compartido, una herencia colonial no resuelta y una competencia regional constante. El ataque del 6 de mayo de 2025, si bien presentado como limitado, demuestra hasta qué punto la paz es frágil y las tensiones pueden escalar en cualquier momento.

En una era marcada por la multipolaridad y los desafíos globales (desde el cambio climático hasta la inteligencia artificial), el conflicto indo-pakistaní sigue anclado en lógicas del siglo XX. Superarlas exigirá no solo diplomacia y contención, sino también una transformación profunda de las narrativas nacionales, un verdadero proceso de reconciliación histórica, y una voluntad política sostenida de imaginar un futuro compartido más allá de la confrontación.

Scroll al inicio