La vida, o capacidad de moverse por sí mismo, no tenía prácticamente ninguna posibilidad de hacer acto de presencia en este universo tal como lo describen las ciencias físicas[i]. La probabilidad de que algún átomo de esa suma que alcanza la cifra de un diez seguido de setenta y ocho ceros empiece a formar parte de un ser animado no es mayor que cero. Ni siquiera es mayor que cero esa probabilidad antes de que hubiera algún ser vivo en el supuesto de que hubieran aparecido muchos planetas capaces de acogerla.
Popper corrobora esta idea de J. Monod cuando se pregunta por la probabilidad de la aparición sobre la Tierra antes de que hubiera un solo ser vivo y responde que era “virtualmente cero”. Podría ser que el hecho de la vida se haya producido una sola vez y entonces la probabilidad de ese suceso tiende a cero sin duda alguna.
Los hombres de ciencia no pueden sentir más que incomodidad ante un hecho único, porque ellos necesitan, para extraer sus conclusiones, que los acontecimientos sean repetibles. Sin embargo, nadie debería sorprenderse. Entre todos los sucesos del universo, la probabilidad de que ocurra cualquiera de ellos se aproxima a cero. Ésta es una idea que resulta inaceptable para la mayoría de la gente, porque a todos nos gustaría saber que nuestro destino está escrito en las estrellas, que, una vez que apareció el universo, hubiera sido de todo punto necesario que luego apareciera la vida, y que, una vez que ésta se presentó, hubiera sido necesario que apareciera la humanidad. Pero eso no pasa de ser una creencia carente de fundamento. Nos conduce a la religión, que no podemos tratar aquí. En su lugar, hay que contentarse aceptando que el destino, según concluye Monod:
se escribe a medida que se cumple, no antes. El nuestro no lo estaba antes de que emergiera la especie humana, única en la biosfera en la utilización de un sentido lógico de comunicación simbólica. Otro acontecimiento único que debería, por eso mismo, prevenirnos contra todo antropocentrismo. Si fue único, como quizá lo fue la aparición de la misma vida, sus posibilidades, antes de aparecer, eran casi nulas. El Universo no estaba preñado de la vida, ni la biosfera del hombre. Nuestro número salió en el juego de Montecarlo. ¿Qué hay de extraño en que, igual que quien acaba de ganar mil millones, sintamos la rareza de nuestra condición?[ii]
[i] V. Popper, K., y Eccles, J. C., La mente y su cerebo, p. 31 y ss.
[ii] Monod, J., El azar y la necesidad. Ensayo sobre la filosofía natural de la biología moderna, trad. de F. F. Lerín, Ediciones Orbis, Barcelona, 1985, p. 140